El otro día el niño traía la sábana y los algodones. Un muslo sangrante pedía dedos fuertes en la herida. Agónico, el ojo miraba la sombra mustia de la tarde.
El niño ahora nos cuenta, que no lo deja el recuerdo subir las escaleras, ni mirarse de perfil, ni bañarse en agua caliente.
Todos sabemos que uno crece con el miedo, tropezando entre la pena.
El niño, sin embargo, me mira con un dejo de inteligencia.
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