Era un muñeco que le hacia falta calor. Silente, tenía la riqueza de acallar la basura ajena. Un día, en que los altavoces de la miseria anunciaban la llegada del cometa Halley, recordó su origen. Con la poca lumbre que le quedaba en su ánimo, levantó el vuelo para volver a caer sin remedio al vicio de buscar la salida.
El gusano invisible había consumido sus plumas.
Así es la eternidad.
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