Hay un eco persistente en la boca de una cerradura. Cerrar es imposible y el instante dura en los relojes. Una suma helada cuelga del llavero. No hay manos que alcancen para abrir lo que está enmohecido. Todo lo que se ha escrito sobre la llave maestra atestigua que algunas puertas es mejor no abrirlas. Pero, que ganas, que tentación estética vibra en el meñique tan intensa.
De repente un presentimiento ejerce su dominio. Le cierras el paso al qué habrá. Una trampa de vocativos te marca la salida. Buscas otra cerradura objetiva, de buen cuerpo, en otra calle, tal vez en la misma que habitamos.
Abrir y cerrar: carnaza de toda entrada.
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