Salió a la calle cuando el sol calentaba las desnudas paredes de su barrio. Sin dientes y con el olfato mínimo rebuscó la comida del día en el basurero conocido. Nadie preguntaba de quién era, si tenía dueño. Todos pasan sin mirar, como cosa ajena espera con sus cuatro patas la emoción del ayuno. Todos sus huesos ya son ajenos. Las puertas cerradas huelen a humano. A nadie le sobra una cuchara. Tendrá que improvisar el desayuno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario