Vienes cuando pronuncias tus pisadas y yo, suspendido en una honda calma, te espero a que bajes esa empinada calle. Cuántas veces, desandar el camino nos hacía reír para volver a organizar nuestro tiempo y planear reunirnos de nueva cuenta en la estación de trenes. Compraba los boletos un día antes. Sabía que no iríamos a ningún lado. Cuando veía los tacones veloces bajar la calle, un margen de ansia se me atoraba en la corbata. Me gustaban los días de niebla, porque así sabía que traerías esa gabardina marrón que dejaba ver tus tobillos, tan firmes, que el tacón de los zapatos parecía una extensión inevitable. Todavía no sé tu nombre. pero sé que en él palpita la vida. Tu silueta me llena, ¿no sé porque te esfumas? No importa que te llames Cordelia, Otilia o Lucrecia. Por si acaso, ya tengo todas las iniciales dibujadas en mi cuaderno para cuando te escriba. Te voy a decir en ella, que tengo algunos meses en la estación de trenes viendo como se me aclara la vida. No creas que me ha sido fácil decidirme. No me lo tomes a mal, te siento tan cerca de mi que se me ha olvidado pronunciar palabra.
Hoy no has pasado y mi vida se ha colado al cristal. No sé que huella misteriosa me perturba, porque detrás de la ventana la mirada la siento solitaria.
Fotografía: Estação Ferroviária de Porto-São Bento. Portugal.
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