Para divertirse guardaba en una caja de madera sus trofeos de vida, los que para él tenían sentido. Era diversión, nunca tuvo ese murmullo que ancla y que devasta los días y los vuelve estériles. A veces pienso que solo vivía para guardar. Guardaba el reloj suizo que una vez le regaló el señor Moncada, un hombre alto y generoso; regalaba sólo por ver las miradas risueñas del agraciado. El reloj no servía, ningún reloj ofrecido por el del señor Moncada servía. La verdad nada en esa caja servía. Que manía de guardar todo. Los bigotes del gato Fufu envueltos en papel de la china; los retratos de mamá y papá si tenían sentido, hasta para mi, pero almacenar las velitas de cumpleaños de la amiga Rosa, que ni siquiera llegamos a tratar me parecía un delirio. Corcholatas, botones, huesitos de tejocotes pintados, canicas de vidrio, trompos, baleros, estampas de actrices, jugadores de beis ball, plumas, lápices, grandes, pequeños, diminutos. Todo lo que ha pasado delante de su vista le parecía significativo. Lo que no entiendo es porqué guardaba ese brasier rojo. De mamá no era, de nuestra hermana tampoco, y lo digo por cálculo visual, porque ellas eran de pecho pequeño y este sostén es vasto.
La curiosidad me quemó por varios días hasta que tuve el valor de preguntar:
- Servando, ¿ese brasier de quién es?
- De Rosa.
- ¿De Rosa?
- Me ahorro los comentarios.
Mixta/papel
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