Sin gloria, la locura de parecerse a una beldad marina, una Nereida, de talle frío y sangre templada, resultó la idea que la arponeaba desde la infancia, cuando en la laguna de su pueblo se pasaba horas metida en el agua hasta que la piel le quedaba arrugada.
A fuerza de los baños de agua y la lectura de historias antiguas sucedidas en el mar de las Antillas, consiguió que su cuerpo quedara escamoso. Cuando todo parecía viento en popa, su voz era un infortunio, como la de aquel sapo, grotesco trovero, que por las noches le cantaba a la luna.
Sireta, supo llevar su desdicha con dignidad; el sonido de su cuchillo era mas efectivo que su voz. Así lo consignan dieciocho llorosas madres.
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