La sonrisa puede ser de hierro. De corazón en flor. Por eso, cuando los días andan buscando pasos dulces se detienen en puertas y ventanas para forjar nuestra provincia de imágenes.
Las ciudades maduras tienen, aunque no lo quieran, la piel sensible y ruda. Toda ella es una alcoba y se bruñen sus perfumes del ácido al amargo. La mano toca sus curvas, se amplifica la gana de inventar su historia, como si bebiéramos la última gota del fondo del vaso, con la tranquilidad de que nadie nos escucha.
Fotografía: Alguna ventana or las ruas de Porto, Portugal.
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