Remolino de dudas
al galope de muros rituales.
Corazón de antorchas
en la invasión de frentes arqueadas.
La noche se cubría de estrellas
y un brazalete de piedras de jade
relucía sobre la espalda oscura del brujo.
Del brujo contra la sombra
tocando su peyote, su huizache,
y ese enorme olor a semilla quemada.
El aíre se rompía
sobre los pelados montes
y un jadeo de polvo
los pies descalzos con piedras,
con huesos remolidos por siglos.
Pisadas y andrajos
la peregrinación de los tiempos.
Entre las grandes cantos
de hombres y mujeres
que cantan a la flor agónica,
a la virgen de manto oscuro.
En la noche de México
sólo se riega la sangre joven.
Como una procesión,
el esculpido rostros del llanto
se blinda los fines de semana.
El cacique sigue arrojando su baba,
pero no es la baba sana del maguey,
es la baba del verdugo,
el que desuella con su palo,
con su fémur de mentiras.
El hombre está roto
y la danza del chaman
busca la voz de la fuente,
el minuto verde
pulido por siglos de espera.
Mano a mano crece
el bosque de turquesa
buscando su cauce,
para nacer de nuevo del maíz.
El nosotros,
todavía vive en el árbol,
en el fruto,
en el tatuaje del medio día,
en la falda de serpientes
de esa madre muerta en el origen.
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