Su fulgor es de intemperie y es genital como la gota. Se gastó su tiempo con sus alas entre los metales de los otras aves. Hostil a los discursos melancólicos, dejaba su peña para cantar bajo el sonido de sombras ambulantes el relámpago de la rebeldía. Son racimos sangrientos los que cuelgan sobre los cielos y cada lámpara encendida es roída como esa copa negra que nos dan de beber sin saberlo. De ciudad a ciudad atravesó el pecho del mundo para hundir la pluma de la altura.
Como todos las águilas, sostiene en el pico el dedo del aire y tal vez podamos, al mirarla, escalar a otro mundo menos vacío.
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