Envuelto en su cascarón, nadie le cree que sea modesto. Pedía y pedía. Suelta por boca y nariz: órdenes, peticiones sin fin. Un día pidió papas y cebollas, porque quería una gran torta de huevo, ingenuos llevamos a su casa sacos de cebolla y papas, pero nunca llegó el huevo. Tenía labia, por eso lo tolerábamos aunque diera, cuando te invitaba, café rancio y galletitas duras. Entonces, ¿de dónde le venía la fama de modesto? Viene de antes, del tiempo de la escuela cuando sacó diez de calificación en todo, hasta en historia. Toda la colonia decía que iría ser el orgullo del vecindario. Él, rechazó los cumplidos y afirmaba que era sólo suerte de novato. Se casó con la chica mas admirada, bailaba que daba gusto verla, ahora sólo menea con una cucharita el café rancio y dispone en una charola de peltre, galletitas duras.
No tiene hijos, tal vez por eso seguimos accediendo a sus petitorias. Aunque no le creamos su modestia, seguimos sentados a su mesa bebiendo ese café rancio y las duras galletitas que nunca acaban.
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