Salió en la primera mano. Se contempla el cuerpo juvenil del azar. Piensa en el mercado de la fortuna, pierde el censo y con frías meditaciones comienza la danza de la suerte. Despierta la codicia, él lo sabe, y quisiera redactar un tratado de la buena ventura. Escribió, al comienzo de su manuscrito: “Rogad al destino que la primera mano no deje a los inocentes trasquilados”
Su casa, repleta siempre de ansiosos por encontrar la buena estrella, lo perturbaban hasta el resentimiento. Enteco, el Sr. As, los miraba como si fueran monederos falsos.
A veces, le gustaba soñar con esa segunda mano, que tal vez, lo pueda sacar del futuro abismo que le espera.
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