Cubierto de sudor atravesó el cuarto donde dormía para tomar el fresco. Se oía la respiración de los caballos y al fondo, un hombre tuerto, sentado en una silla de tule, fumaba profundamente un cigarro. Pensó acompañarlo.
La noche vibraba, pero ya sabes que la última vez no lograste arrancarle palabra y te prometiste nunca más acercarte.
Las dudas te crecían como los cantos de las cigarras. Te aproximaste, miraste su cara, añeja, pasiva. Chupaba su cigarro como si el presente fuera perpetuo.
No quisiste hablarle. Esperaste parado frente a él. Te sentías en la mano del tiempo. Pasmado, viendo a ese viejo fumar un cigarro interminable.
La noche es enorme y densa. Regresa a su cuarto, se tira en la cama, y se deja llevar por el vaivén sonámbulo del que no sabe cuál es la realidad que le compete.
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