Es una tranquilidad dichosa tener una ciudad en el bolsillo. Ni los emperadores antiguos, ni príncipes, ni reyes tienen ese privilegio. Su esplendor es permanente. Puedes escoger las calles y los perfumes de gardenia o de ruda. Puedes pavimentar sus calles con pisos blandos en las subidas y firmes en las bajadas. En las terrazas los suspiros de los estudiantes se incrustan en ese futuro siempre promisorio. La ciudad tiene tu edad, por eso es habitable, si es que estás a gusto con lo que has hecho.
Tú la vigilas y bloqueas las rutas de esas molestas caravanas que quieren entrar con sus mercaderías inútiles. El espacio lo decides de acuerdo al tamaño de tu bolsa. Te sugiero que no la guardes en bolsa con remaches. Una cremallera es ideal para que, como las líneas de un mano sepas entrar dedo a dedo. La ciudad es un todo que va contigo a todas partes y todo el tiempo la habitas. No te engañes, los deseos toman forma de tu ciudad natal, rara vez, te pierdes por calles extrañas. Procura no poner estatuas de parientes para que puedas caminar con libertad.
Elegancia, esa es la recomendación. Te invito a que construyas tu ciudad, ahora que el horizonte se empeña en humedecer la retina.
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