Tuvieron que tapiar la ventana. Estaban cansados de la entrada de tantas quimeras, basiliscos, centauros, elfos, minotauros, unicornios. No toleraban tanto pelo, en el sillón, en los platos, en la cama, en la regadera. Estaban hartos de tener que llevarse los dedos a la lengua para tirarse esos hirsutos pelambres.
No todo era intolerable, sentían especial predilección, casi hasta cariño por el dinosaurio que siempre que despertaban estaba ahí, sonriente, con una mirada tan tierna que los derretía.
Alguien les dijo que ese dinosaurio era de Monte Roso. Desde entonces han comprado mapas físico geográficos, geológicos, orográficos, topográficos, tratando de encontrar ese monte. Por desgracia no han tenido fortuna y en consejo familiar decidieron destapar la ventana y tal ves, con un poco de suerte, Odín, el viajero, les podía dar noticia de la ubicación del hogar de su adorado dinosaurio.
Fotografía: rua do Campo Alegre, Porto, Portugal.
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