Se conocieron un sábado que les supo a gloria. Los unía las cuerdas y las tonalidades. Nunca se dieron tonos bajos. Sus armonías ondulaban palpitantes por su madera cuerpo. Se podría decir que tenían el alma melódica de los amantes. Sus movimientos coordinados y polifónicos dejaban el relámpago del beso y la ternura germinal de la marcha triunfal en los corazones.
Consagrados al esplendor de su dueto, se pertenecían como si la discordia no fuera desigual, por eso se confunden sus nombres y ya no saben quién era violín o arpa.
Sin embargo, como suele pasar a toda transcripción, parece que la notación es un invento del amanuense al no comprender el papel pautado.
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