Los tendederos son la representación íntima de la ciudad y antes de que se extingan yo los conjuro. Los martes Doña Justina sale a secar la ropa de cama. Pantalones y camisetas cuelgan como cadáveres inmateriales. La timidez no es el ánimo que prevalece en un tendedero. El cortejo de telas con sudores se confunde.
Yo miro a Doña Justina desde el otro lado del tejado. Ella no lo sabe. Ya la casé, la enviudé. La hice joven, decrépita, sensual y santa. La ropa escurre, gotea y yo me entretengo revoloteando en la miel de la perturbación.
Ayer me descubrió. Me lanzó una mirada cómplice. Ahora su ropa interior pasa horas tendida al sol y yo junto a la ventana.
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