Algunas columnas aguantan solas por pura historia.
Fotografía: Aveiro, Portugal.
Se acerca octubre y con ello regresa con el cuerpo de brisa cubierto, Adalberto. Sobre su carabela, al golpe de mar, descubrió para la corona de cadenas una isla de moluscos y andorinhas.
Nunca interesaron sus descubrimientos. Pobre Adalberto, capitán de navío, su estrella polar fue su extravío. A quinientos años de tu existencia te esperamos al vislumbrar octubre, tus herederos, cada día menos, saldremos al puerto a celebrar tu incierto paradero.
Entre tanto crack no pudo saborear su triunfo. No consiguió cruzar el río. La fiesta terminó pasada por agua. La corriente lo dejó dos kilómetros abajo, cerca de Horcasitas, su pueblo natal.
Su primera tocada en solitario. Su guitarra nueva y esa tonada monótona de autodestrucción se sigue tarareando en el barrio.
La congoja gime blanda por el occidente. El mar atlántico entra por el oído. La maestría del movimiento, en párrafos violentos, muestra siglos de dinastías de dioses ahogados por diferentes paraísos. El peligro anónimo se nos hace tierno al seguir el hilo del ahorcado. Retamos frente a frente, como si importara. A lo lejos se pierde el fondo, el clamor de las horas. No hay faro en la costa.
Recolectamos, como las nubes la luz que queda.
Fotografía: Granja, Portugal.
Para sus largas noches: el agua, para sus prados: la escarcha y para sus oídos la humedad de las palabras. Tan dulce su persona que sin querer mojarse vivía empapado y el agua le cubría de las rodillas al cuello. Si él pudiera decirnos qué se siente tener un ingrávida existencia, un alma fría, no pensaríamos que el calor de la hoguera es del amante la única verdad.
A él le gusta la ciudad vacía. En tiempo de lluvia descubre las alcantarillas y toma una siesta. Adora el agua. Nunca fue pez, ni marinero, pero quiso ser fuente.
Si dejas de lado tu paraguas y lo encuentras, susúrrale palabras mansas para que en el túnel del sueño no reclame su presente de agua.
Todo es relieve cuando se alcanzan los siglos. Las almas tiemblan en su viaje. Vagan. Yo respeto las hogueras, el fulgor que se apaga con el amante desolado. La brisa parda, la garza blanca y ese olvido injusto de justicia.
Un día, la tierra de tan vieja se detendrá y no habrá Roma. Y todo será distinto por entero.
Para contarlo de nuevo con ojo airado.
Fotografía: templo de Diana. Évora, Portugal
Las calles crecían como sus pasos en la noche redonda. Se miraron desde la nuca. Se contaron sus fatigas y envidiaron a los que murieron. Ellos se amaban. Se dispersaron por las sombras de la casa para decirse palabras. Aumentaron el frío entre sus pupilas. Corrieron las cortinas. Plantaron oliveiras e minho para despedirse.
Así dicen que se agostan las almas en su contexto.
Hasta la nube más opaca tiene las orejas al aire. La ciudad se anima llena de amor propio y tu y yo junto a los continentes, buscamos dibujos y manuscritos.
Indecisos.
Hacemos bibliotecas.