Desde el inicio de la calle se veían los adoquines torcidos, como si la mano del *“trolha” que los puso fuera inexperta y todo lo hiciera así: “a la bruta”. La Señora Urraca, caminaba presurosa con sus zapatillas de color naranja, su cabello recogido y su receta del médico en la mano derecha. Olía bien, o al menos se gustaba, y frecuentemente aspiraba de su antebrazo -como si fuera rapé- esa fragancia a miel de jabón fino. Vio subir las escaleras de la farmacia a tres personas, caminó más a prisa sin preocuparle que estuviera ya oscuro, cegatona desde pequeña, tropezaba en las primeras de cambio. Por fortuna el anuncio nuevo de la Farmacia Mafalda iluminaba magníficamente, era grande y con las letras luminosas en verde con el nombre de la farmacia, informaba sobre la temperatura, novedades y el símbolo de la serpiente enrollada en el báculo. Una fortuna pensó. “El anterior ni se veía, aunque viéndolo mejor, parece anuncio de night-club. Una vergüenza, parece que voy a entrar a un table dance”. Subió los cuatro escalones con sorprendente agilidad, esperó a que se abriera la puerta automática. Feliz de tener una farmacia a su altura, la puerta anterior era tan pesada que después de abrirla gastó una fortuna en ungüentos y desinflamatorios. Lo de siempre, tres personas delante de ella. Tendría que esperar su turno. La Señora Urraca Maldonado se sentó en el silloncito negro que estaba en frente de las dos cajas del mostrador. Cruzó la pierna, sostuvo con aprecio la receta, la alisó y comenzó la observación del mundo que se le ofrecía a sus ojos.
Reconoció de inmediato a Estela, en la farmacia le decían doctora, aquí a todo el mundo le dicen doctor o doctora, a mi no me parece que Estela tenga estudios superiores, por lo que he visto me parece cuidadora de perros, la he visto pasear tres o cinco perros a la vez y ¿tú crees que recoge las *“caganetas” de los perros? ni lo pienses. Siempre la he visto pasar de largo frunciendo la nariz. Está comprando laxantes, de seguro tiene una pésima digestión. Es tan esmirriada que la he visto usar faldas largas que ocultan su falta de “chamorro”. La Señora Urraca se palpó las pantorrillas, orgullosa de sentir carnita torneada, se decía, no como otras que he visto. Estela es tan blanca como la leche de magnesia, a mí me parece que delante del espejo es transparente, no sé si tiene marido, pero si perros, ¿imagínate el olor a perro por toda la casa? *“nojento”.
La Señora Urraca se arrellanó en el sillón. Sacó de su gran bolso negro, un celular dorado. Miró su caja de correo. Nada. Lo apagó y miró la espalda encorvada de Arnaldo, tenía deformaciones físicas por todo el cuerpo, Pobre, decía la señora Urraca, este hombre es un sufrimiento andante. Lo he visto pasearse dolorosamente con muletas, aparatos ortopédicos, vendas, hasta en silla de ruedas lo he visto. No me extraña que tenga mal humor y un aliento a terramicina que dios guarde la hora. La hora no sé de qué, pero espero que se la guarde.
La Farmacia Mafalda está en la calle Álves Redol, es para todo el vecindario un Oasis. Centro de reunión de dolientes y vecinos. Las mejores amistades y pleitos se consiguen en su interior. La dueña, Mafalda, con sus anteojos de vista cansada mira y asienta con una sonrisa los malestares cotidianos. Desde que abre a las nueve de la mañana hasta que cierra a las nueve de la noche no para su caja registradora. Así que tiene cuatro personas, farmacéuticos profesionales atendiendo. La Señora Urraca, conoce a todos y hace plática intentando tocar los temas de interés de cada uno. “Uno tiene que ver el interés de las personas, afirmaba la Señora Urraca displicente, uno no puede hablar por hablar, hay que interesarse por los otros”. Y con ese interés altruista escuchó que ansiolíticos y fuertes calmantes le eran prescritos a Arnaldo, que se balanceaba a un lado y otro tratando de mantener el equilibrio. João, el farmacéutico más viejo, lo tuvo que sostener del codo para que no se callera. De inmediato le ofrecí mi asiento. Tambaleante João lo condujo. Le ayudó a sentarse. Voy a tomarle la presión, dijo cejijunto. La Señora Urraca se acercó solícita y se detuvo al ver el demacrado rostro de Arnaldo, se podían tocar los huesos de la cara y parecía que sus ojos castaños se saldrían en cualquier momento de sus órbitas. Se atrevió no sin miedo a contagiarse: “de algo”. Puso una mano en su hombro, sintió su escápula puntiaguda y de inmediato la retiró. No pudo pronunciar palabra ni de aliento ni de consuelo. João llegó y le midió la presión. Muy alta, dijo, no se mueva y vamos a esperar un poco más, si no baja llamamos a la ambulancia. Arnaldo, pálido y resignado comenzó a dormitar.
Esta ni se mueve, masculló entre dientes la Señora Urraca. Trata mejor a los perros. Estela, permaneció de espalda a Arnaldo, aparentando buscar en su bolso su tarjeta de crédito.
- Que contrariedad, no encuentro mi tarjeta, por fin habló Estela.
- No se preocupe, dijo Marcela, la otra farmacéutica, puede subir a su departamento, aquí la esperamos, o si no, pague mañana.
- Estela, basculaba frenética su bolso. “Aquí está” exclamó triunfante.
- Yo soy igual, intervino la Señora Urraca. En mi bolso cabe de todo, hasta los arrepentimientos.
- Es bueno saberlo, contestó en tono despreciativo Estela, respingando su blanca nariz.
- ¿Cómo se encuentran sus perros? concilió la Señora Urraca, sabedora que esta presa no se le escaparía tan fácil.
- El esmirriado rostro de Estela se iluminó al poder contar de sus perros. “El Bobo, está feliz, su corte de orejas le quedó divino, el Pulgas, cada día tiene menos, aquí Doña Mafalda me vendió un jabón para los niños pulguientos y dio resultado, el Marqués está estrenando mantas, es muy friolento, ¿saben?”.
- Es usted como una madre, sentenció la Señora Urraca.
- Qué quiere. Son mis perrhijos.
- A falta de fertilidad, viruelas, pensó la Señora Mafalda. ¿Los laxantes entonces, son para usted, querida Estela?
-Sí. Algo que comí me ha caído mal. Ya no debo comer arroz.
- Ni croquetas, insinuó la señora Urraca. Digo, por la grasa, a cierta edad nos tenemos que cuidar.
- Eso es verdad, intervino Mafalda, para mitigar la tensión. La pirámide del buen comer y beber dice la Organización Mundial de la Salud.
- ¡Pamplinas! Gritó la Señora Urraca, esa organización solo organiza las finanzas de las farmacéuticas.
- No se sulfuren, dijo Mafalda, temerosa de que su negocio pudiera peligrar con informaciones inconvenientes.
- Que bueno que mis perros están a salvo. Mi veterinario no se prestaría a esos arreglos, suspiró Estela, enseñando su ennegrecida sonrisa, rascándose la cabeza con insistencia.
- No estés tan segura, querida Estela.
La conversación comenzaba a subir de tono cuando se escuchó un alarido. Arnaldo, se despertó agitado. Es un sueño, gritaba. Sin cloroformo. Dígales que no me pongan cloroformo.
João llegó con una jeringa y le inyectó un calmante. Nos miró y nos dijo sonriente, pobre hombre, hace mucho que aquí no usamos cloroformo. Desde la pandemia, cada vez nos surten menos medicamentos.
Palabras portuguesas
* trhola: trabajador de la construcción, albañil.
* nojento: despreciable, asqueroso.
* caganetas: excremento.
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