Gertrudis siempre tuvo problemas con la guturalidad. Su diafragma amplio le brindaba esa sonoridad tan apreciada por unos y tan vilipendiada por sus hermanastros. Pero lo que más le dolía era la difamación que sus vecinas le hacían. Confundían su gravedad sonora con los gemidos propios de la sensualidad. No entendían sus gustos por el heavy metal. Gótica por asimilación, se dejó llevar por su individualidad y ahora vive apartada del mundanal ruido, ejerciendo sus guturales gustos como diosa independiente. Por eso, dice, “ya vivimos en el siglo veinticuatro”.
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