Entre las hojas del invierno se notan sus maderos, su fría república de cuerpo. Es señor de la noche. Como una catedral, brillan sus ojos y propaga la analogía del negro. Saluda a las constelaciones y asusta a las cabritas que fingen cortesía. Su embestida es elocuente y bajo la devoción del viento embiste su requiem en la plaza pública.
Ningún mensajero recuerda a que estirpe pertenece su nombre. Definitivamente el orgullo le crece y las estrellas evocadoras se desposan con la furia de su mito.
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