De luna a luna las conversaciones eran la vestidura de sus
noches.
Comenzaron hace mil años a indagar sobre el placer humano. Miles de rostros fueron desfalleciendo en sus
intentos por explicar el ardor en sus pechos. Pródigas manos se aferraban a sus carnes, indicando, que la posesión era la explicación menos erudita pero más certera del goce. La cintura vinculaba
el ritmo y la cadencia con la frontera del apetito. Frentes amplias, con aves canoras sobre los hombros,con
humilde intento,afirmaban que el banquete es mental. Los cabellos se enredaban
serpentinos como esperando la aprobación del tacto. Los insectos revoloteaban guerreros a la luz
de las acaloradas ponencias y el hastío acechaba peligroso en las bocas somnolientas
de los amantes.
Conciliar es duro de pescuezo y el empeño se amansa en su propio despojo.
Cuando parecía que las conclusiones serian postergadas por
inhóspitas, llegaron los olores de alcoba cortando los velos de la discordia y,
en forma definitiva, renovaron el correr de las aguas privilegiadas.
Sergio Astorga
Acrílico/tela 60 x 80 cm.