Todos sabían que conocía todos los caminos. Desde el despeñadero hasta la explanada, él caminaba como ese viento que sopla y arrastra todo. Como si tuviera uñas escarbaba los caminos y lo sabia todo, brechas, atajos y esos caminos descoyuntados, secos, envuelto en polvo. Su caballo como un fantasma sin ánimo de lucro, arrastraba sus pezuñas dando tumbos y mordiendo el polvo. Dicen que fue arquitecto, por eso si lo llegas a mirar a los ojos, tiene apretadas en las pupilas ciudades bien trazadas. Dejó su vida constructiva para andar estos caminos, que se le cayó un puente y muchos muertitos le apremian el paso. Habla poco, le hacen falta los rincones para que anide la palabra, entre tanto descampado, sólo la voz interior rechina y acompaña. Un día lo encontraron, cuando la constructora quería hacer un complejo turístico.
- Usted vive aquí.
- A veces.
- Nos puede decir si hay un poso cercano. El satélite nos dice que sí. Todo está tan plano que creo que nos perdimos.
- Aquí uno se pierde y eso es bueno. Es la ley.
- No tengo tiempo para acertijos. ¿Sabe o no sabe?
- ¿Alcanza a ver esa peña colorada?
- Si.
- Baje y verá árboles. Ahí esta el agua.
- Gracias.
- Tenga cuidado, de repente caen rocas como venidas de la nada.
- No se preocupe, somos expertos.
- Vaya. Ya comprenderá lo que le digo.
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