martes, 19 de septiembre de 2017

Equipaje de mano


Aquél muro no deja de mostrar el peso del nosotros. Atormentada por lo que se aleja con el tiempo, te digo, con la vocación que conoces, este derrame de agua; esta profundidad de la valijas; esos cabellos que te has cortado; entonces esa exploración de los antiguos caminos, sin brújula, confiando en las imágenes que salían en esas ausencias. Esas yerbas que mordías con los pies descalzos; el vuelo de los últimos tramos de la mañana. Sabes que tu cuerpo tiene esos signos irrepetibles, difusos. Esos umbrales que iluminabas cuando habrías las puertas. ¿Sabes de tus apariciones?. Cruje en la penumbra tu presencia y esos ademanes tan tuyos humedecen esas cavidades de mi espacio. ¿Te acuerdas de la muñeca de trapo? Sigue en el ropero como virgen inmaculada en el olvido. El azul que te gusta sigue equilibrando el abismo. El temblor de tus labios, las indecisiones. Saliste a explorar del mundo y te orientas con lo que sabes, con ese equipaje de luz; los niños jugando, tus amigos, intercambiando chabacanos de colores mientras brincabas en el patio. ¿Recuerdas ese pájaro que se golpeó en la ventana? Ha vuelto, o así parece, porque es tan bello como aquél, el que querías llevar a tu cuarto. No me consuela verte crecer. Esa obcecación por crecer. Mis palabras no te detienen. Creces con otras vestiduras. Te has salido de cauce. Sigues creciendo y yo sigo como madre anclada en las imágenes, sentada a la puerta dejando la brisa entrar en mi pecho, mordiendo la ausencia. ¿Estaré equivocada? Sigo zurciendo tu vestido verde de festival. Ya no crezcas, que los pasillos se reducen en esta angustia, en esta obsesión de verte niña.

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