Las palabras se cuelan aún cuando no es su tiempo.
Conversamos sobre la mesa,
quedan los signos para el día siguiente,
enmohecidos, algún día habrá lectores importunados.
El relámpago y la lágrima
quedan junto al frutero en el centro de la mesa.
Se olvidan entonces los deberes cotidianos.
Cultivamos la lectura.
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