Con intensos dolores de vientre fue encontrada en las costas cantábricas a inicios del siglo XIX, una mujer con cara de ave, cola de pescado y un olor de alga en descomposición.
Dicen que un pescador medieval pescó un bacalao de un metro de largo y esa leyenda permanencia en el imaginario de los moradores de la bahía de Vizcaya, por eso cuando vieron aparecer a ese gran pez pensaron que el mito era verdad. De inmediato quisieron salarlo para conservarlo lo mas posible con el mismo método antiguo cuando los barcos llegaban de Nueva Inglaterra repletos de bacalao. Al bajar la ola del entusiasmo comprobaron que no era un bacalao. Cautivados, notaron el parecido con una sirena. De inmediato se taparon los oídos con cera, ya que sabían que sus cantos eran mortales. Al verse vivos, se felicitaban por la suerte de tener, sin procurarla, la viva representación de un ser marino.
Con cuidado, a la sirena la depositaron en la arena y humedecían su cuerpo escamoso con agua marina para evitar que se resecara, pero al ver que la sirena se retorcía de dolor y que la sensualidad de su canto, si es que alguna vez lo tuvo, había sido abandonado por el gemido. Pensaron construir un tejaban para que los rayos del sol no la hirieran. Sin embargo, los gritos de dolor crecían, así como un pestilencia que salía de la boca en cada exhalación de la sirena.
Los pescadores mas experimentados se reunieron alrededor de la sirena para tratar de resolver el enigma, ella transida por el dolor, abría los ojos como si se le fuera el aire, en una suplica conmovedora. Es mal de amores, dijo uno de ellos. No, no creo, las sirenas no se enamoran, solo seducen, dijo un antiguo capitán escupiendo las palabras. Yo creo que tiene dolores de parto, dijo el pescador menos avezado en lides de mar. ¡Imposible! gritaron todos. Las sirenas no se embarazan, son hermafroditas. ¿Entonces, porqué enamoran a los hombres? Por maldad, señaló el capitán.
Déjense de historias, dijo el veterinario al llegar junto a la sirena. Déjenme revisar. El diagnóstico no demoró en ser sentenciado. El problema es estomacal, algo tiene aquí dentro y no es un sirenito, afirmó. No puedo esperar a darle un purgante o un lavado. Voy a tener que abrir y ver que es lo que provoca el problema. Con los efectos de la anestesia los ojos de la sirena recobraron la calma.
Al abrir el vientre, un cangrejo ermitaño salió despavorido con rumbo al mar sin que le pudieran dar alcance.
Durante tres meses la sirena fue alimentada con bacalao hervido. En gratitud, la sirena vuelve cada año al finalizar el invierno a las costas cantábricas para entonar canciones tiernas en una lengua semejante a la Euskara.
Tinta/papel
1 comentario:
Enternecedor relato,Sergio.
Un abrazo
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