Al amanecer, lo que en algún tiempo se llamó maitines, por los corredores del antiguo convento de la orden de las Precavidas, hoy Museo de Historia Natural, Ramiro Ramalde, reptaba siguiendo la ruta que lo llevaba al patio y a la fuente octagonal para sumergirse en el agua cristalina y fresca que toda la noche goteaba de la llave. Cuando llegaba al pie de la fuente ya tenía suficiente agua para cubrir su cuerpo, nunca aprendió a nadar por eso no tomaba baño si el agua le cubría la cabeza. Al llegar, cual no sería su dicha, sumergida hasta el cuello, un cuerpo como de estrella verde, nieta tal vez del jade, una espuma de agua como una verdadera Chalchiuhtlicue chapoteaba plácidamente. Desde su transformación, sus gustos habían cambiado, los seres terrestres ya no lo inquietaban. Sin ser visto subió ala fuente, al contemplarla perdió el habla, es un decir, porque ya no emitía palabras, sólo sonidos como de agua corriente. Ramiro entendía todo lo que se hablaba en español pero él no podía pronunciar las palabras. Ella, con la intuición de Diosa, con un movimiento de agua lo invito a entrar. Siguiendo su instinto se lanzó a los brazos de Chalchiuhtlicue que después de la primera caricia lo devoró lentamente.
Tal vez Ramiro Ramalde, lo sabía, y eso me consuela un poco. Hoy habita en el Tlalocan, el paraíso, adonde van todos los que murieron en un trance relacionado con el agua. Ya lo veo jugando y cantando Ad eternum.
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