Cuando llueve parece que el cristal expande las gotas. Se subraya el inquebrantable uso del paraguas para mojarse con elegancia. Uno se acuerda de sí mismo. Uno se quiere cuidar a pesar del indiferente gris que nos rodea. De los que devoran el aire a nuestro lado. En fin, nos gana un abandono tísico, como de ciudad lluviosa.
Por fortuna, siempre hay un domingo que guardar junto a las zanahorias en vinagre.
Fotografía. Por la Rua de Cedofeita, Porto, Portugal.
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