La partitura fue comida por el instrumento. Distintas velocidades redondeaban al sonido hasta hacerlo tocable. Engullidas, las notas dejaban sentir su eco fúnebre. Los que asistimos al recital, buscábamos encontrar sentido a ese nudo melódico. Inesperadamente lo encontramos, el sentido, cuando la rotación de los compases fueron equidistantes al acorde de fa.
En el compás dieciocho, tuvimos que improvisar cuando el director perdió un tiempo, que las corcheas aprovecharon para esconderse entre la cuerda tercera y cuarta.
No cabe duda que un buen instrumento, madera de por medio, cautiva hasta la última nota comestible.
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