En casa habita una herida. Baja la escalera y se pega en los vidrios. Suele crecer de mañana y mira pasar a la gente al través de la ventana. Se alimenta de miradas. Percibe el miedo y nunca sus ojos enseñan piedad. Nada de lo que decimos la aparta de esa costumbre a la que se ha subido.
Entendemos que algo se ha roto y que no vale la pena comprar cortinas.
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