Lo suyo era combinar. Nunca pudo tener una expresión que imitase lo que veía. Roberto Durán, acumulaba imágenes para ponerlas en ese orden azaroso de los encuentros. Soy lo que pongo, decía, no busquen en mí esa lógica sentimental de los encantamientos. Le gustaba la danza, creo que estuvo en una compañía de danza moderna, por eso su vida se movía como en un escenario cambiante. Su reacción primera, cuando lo obligaron a vender seguros de vida, fue poner en la oficina una enorme cabeza de borrego y esparcidas en el piso las pólizas que tenía que llenar. Su violencia era visual, porque Roberto era un buen tipo, con la manía de recoger objetos en lugar de comprarlos. También le gustaba pegar fotografías. Tenía cuadernos llenos de ellas.
Algunos de sus amigos lo molestaban al decirle que tenía un abstracto expresionismo. Fue tal su enojo que raspó, de su colección, un retrato de Guillermo de Kooning, nunca supimos el por qué, es más, pensamos que la fotografía pertenecía a un cantante de rock o algún bailarín de Alvin Ailey.
Roberto, sigue vendiendo seguros y acumulando objetos. Esta feliz porque conoció a una chava que le dice: Tu eres mi Rauschenberg.
Cosas de enamorados.
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