Se abrió paso entre la multitud, se apoltronó hasta la primera fila, sacó su cámara fotográfica y pidió a todos que posaran, vamos, que pusieran su mejor cara.
La querida Rita se enredó como era su costumbre tratando de juntar las malas lenguas con la suya. Sentado, el abuelo, mostraba sus únicos dos caninos. La tía Junita, lucía su melena rubia oxigenada y un poco sorprendida, enmudecía ante la indiferencia de la concurrencia. Como pez en el agua el el joven Basilio, iba de un lado a otro, no encontrando lugar para la pose, por eso salió de perfil.
Revisando la fotografía, encontró dos personas que le eran desconocidas. Preguntó. Le dijeron, entre las risitas de mamá, que se quedara quieto y olvidará, que ante la cámara todos nos transformamos.
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