En oposición a las fuerzas naturales su ojo se ordenaba en cuadrados equidistantes donde la lluvia despierta la curiosidad de los astrónomos. Se sostiene con fragmentos de triángulos isósceles y por prescripción médica dejó de fumar pipa. Se colorea al ser mirado por mujeres musculosas. Tiene un soplido animal suavizado por ese gesto angelical, abstracto y sereno. En torno a él, la meditación se embriaga y su afilada voz le da el pecho voluptuoso al significado. No hay Prometeo en sus entrañas aunque en su torrente sanguíneo un color de hígado discurre. No aspira a la vida inmortal por eso recomienza el trabajo puro y las buenas causas. En la gran ciudad, busca el mármol, las cúpulas y laureles. Como un petirrojo en una jaula, inventa la salida del júbilo y de su frente nacen esas volutas que la gente confunde con ideas.
Vive en el número dieciocho de la Avenida siete y como un aforismo de Ovidio: “la abundancia lo hizo pobre”.
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