¿Quién gritará su nombre?
Hoy es domingo y a Isolda le preocupa que su cuerpo no hace más noche. Mira la televisión como si estuviera en una celda. Después llora y se construye una vida entre los comerciales. Nunca se sabe si de repente ella se reconoce. Del aburrimiento al fastidio, con un poco de suerte encuentra cómo aprender a estar con ella. Dice que sí, pero también un no y un luego, luego. Se interroga su infancia y se da por vencida en su propia geografía. Llega a un lugar equivocado porque entre palabra y palabra se pierde, sus recuerdos migraron por la inclinación a divagar. El miedo al vacío, encerrada en sus porcelanas, la hace buscar una linterna. Isolda espera a decir lo que no sabe, lo que prefiere cuando dice no saber. Dentro de ella, la orfandad, ignora lo que supo, pero su imagen crece y está pronta a encontrar lo que ignora que quiere. Así, nerviosa, atenta a lo que se mueve dentro de ella, canta una tonada fresca. Si alguien gritara su nombre, tal vez, ella, pudiere invertir sus dudas y apagar la televisión.
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