Luz de azul transparente y manos cálida hacían con el teclado florituras sonoras, esponjosas bombas melódicas nos llegaban como ese vino tinto siempre en escena. Éramos cuatro. “La Güera” Manatilla, esposa del “Trovo” Manuel mostraban su ritmo golpeando el suelo intensamente. Cuando entró en escena el contrabajo, Ana se meció el pelo como saludando la lujuria, fingimos no verla. Nuestras velocidades, distintas, dependientes del ánimo, nos unían. Deformados por los tragos intensos entablamos un duelo con el fervor del saxofonista que soplaba como un sueño recurrente en una gama de medios tonos. Cuando entró el bandoneón una melancolía nos puso en el discurso contrario, el alma se nos encogió y un frío seco no corrió por el cuerpo. Como un perfume mutilado se escanció en la mesa un remordimiento intemperante.
Fue tan grande nuestro silencio que al terminar la música, estallamos eufóricos, como si nuestra garganta diera de nuevo ese primer grito de existencia que nos sale al paso de la noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario