Era la sombra proyectada en un islote lo que le apremia. De los redondeles, el torito con la luna de testigo salió buscando pastura, con ese salero que tiene su bravura rumiaba su heroico destino. Cuando miró su sombra proyectada la quiso torear embistiendo como gladiador apuesto. Su sombra le engañaba, templando y cargando la suerte. Lumbre y nobleza le corría del testuz al rabo.
Cuando lo miro me ligo a él, al tótem, al pozo de la magia sanguinaria de estar vivo, lidiando de puntillas en la danza, jugando con la penumbra como si fuera primer espada.
La suerte es callada aunque andemos muy mozos espiando a los toros que salen a proyectar su sombra.
Que así duele la cornada, me dice la cuadrilla. Y sin mirarme la ropa finjo que no me duele aunque la sombra se tiña de grana cuando clarea el día.
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