Su salida de la academia fue como el aceite de ricino, limpió su corpus y con brillantina en el pelo siguió el caminito de la independencia. Los nacionales querían raparlo y desarmarlo a toda hora, por fortuna, él siguió los papeles del hirsuto y violento yo. Le hablaron de Astracán el día de Portugal, él se sentó en el bar de la intelectualidad y habló del Popocatépetl, de los “bolinhos” de bacalao y de los tacos al pastor. Tal fue su éxito que le salió gratis el caldo de gallina y los caracoles. Al día siguiente ya quería decir palabras en francés y ponerle chantilly al azul marino.
Se compró un anillo que dijera: “me voy a las Cibeles”, recuperó su poemario del declamador sin maestro y con una sonrisa post liberal anda pasito a pasito con una copa de vino tinto alentejano calentando las madrugadas de los oídos muertos de frío. A la luz del día se roba corazones a lo Steve McQueen con ese Blazer amarillo sol poniente.
El día de San Juan lo vi por la calzada de la Constitución, ni un saludo, ni un adiós, es lo malo de los artistas, son masoquistas del futuro en su laberinto de desengaños.
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