Se cayó en sus brazos como
una lánguida copa de alcohol. La grávida noche se carbonizó en su axila. Ella, melancólica,
tuvo la náusea propia de la taberna. Sus manos, tan parecidas a su pensamiento,
confiaban en la ternura que nunca apareció. Tú, la única bella en desamparo. Tú,
la estatua envuelta en azules. Brindo por ti en mí. Nunca lo supiste. Por años te admiré.
Yo, el abstemio.
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