Custodiado por el huésped más incómodo, sus bigotes se erizaban “dalinamente”. Amigo de los instantes, un sinfín lastra sus bolsillos. Nadie lo sigue, es por demás un paria. Humanamente se molesta, se entristece, aunque sonría a las seis de la mañana. A las ocho el semblante le cambia, se entrega al ocio.
Sus quehaceres los pospone, como la inmensidad. Piensa que el tiempo es como el hielo, se va derritiendo, dice, depende de la temperatura del carácter.
A todos los relojes de su casa les ha quitado las manecillas, no quiere ser manipulado. Solitario gira en su galope sin horas marcadas.
Sebastián Argüello levanta la vista, sólo llanura y un aire pelado en su remolino temporal.
Así se le pasan las jornadas.
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