Apacible y dulce la soledad de la casa. El hermano restañe el saludo y de lejos, la madre deglute la ira de ya no estar en el primer verde. Ya no hay noticias de la niñez. No hay bulla. Todo duerme sin el amargo limón del reproche. Papá se levanta y rueda como cuando lo vimos bajar su sepultura.
Si hay algo amargo será por ese crujiente sabor de la huida.
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