Bajo la resolana, al sonar el último repique del paisaje, el afán de mirar furtivamente y exponer las pupilas al mundo, aunque sea en un sólo hemisferio, encuentro una
ventana ruinosa; en ella la escritura y dibujo de un puño santiguado muestra la imagen de un jocoso cordero místico. Un laico sentimiento se enternece y rememora los oleos y las hinchadas mentiras de los dignatarios. Una narcótica memoria gotea y se fatiga para rodar por las baldosas del regreso. Las ciudades exhalan sus viejos alientos y a mi sólo me queda disfrutar el catecismo solitario del paseo.
Fotografía: Alguna ventana en Porto, Portugal.
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