Los vi llegar desde el balcón. La esquina se redondeaba y sobre los adoquines la luz se partía en dos sombras. Ella con el cabello rubio y esa blusa negra que tanto le gustaba porque enseñaba los hombros blancos y redondos. Él, con los zapatos puntiagudos; caminaba doblado por el eterno dolor de estómago. Mi cámara no miente, pueden ver cómo la calle estaba desierta en una tarde tibia. Los oí subir la escaleras. Tres pisos que parecían elásticos, alargaban la intención de subir. Cuando tocaron la puerta, me recité unas frases de Cortazar. Abrí la puerta, se abalanzaron para quitarme la cámara. Ahora mismo que reconstruyo la escena, me arrepiento de haberles dado dinero. Sé que es mentira. Él, callado, fingiendo. Ella dijo con desenvoltura que necesitaban un medicamento para el dolor de estómago. Tuve miedo a negarme cuando vi esos ojos, tan desafiantes. Ella sabe que me domina. No he podido tomarle fotografías desde que la conocí hace cuatro meses. Por eso no pueden entender esa mirada y mi sumisión. Hoy tengo el propósito de superar este pavor inexplicable. La calle sigue desierta, igual que aquella tarde. La escena me apasiona.
Fotografía: Por una ventana en Braga, Portugal.
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