Sorprendido por una nube vegetal. El ángel abrió los ojos y en su pura mirada creció la imagen de las ciudades secas, pulidas por los dientes de los ciudadanos. Atrás quedó el árbol de turquesa, el cauce de los cielos. Quiso volver al punto de partida, pero el cruce de caminos era irreconocible, el arriba y abajo ya no tiene sentido. Un mundo ya de vértigo en un remolino verde, girando, girando interminable.
El Ángel extraviado. Ni la estrella del maguey, ni el resplandor del sol entre las hojas le daban ruta. Sólo el sapo verde venenoso, príncipe del estanque, lo espera para decirle que ahora las alas ya no tienen sentido. Ahora el latido anfibio dominará al mundo.
Díganme, que hacemos, ustedes que viven con los ojos abiertos, que se reconocen en las palabras. Qué le digo al Ángel extraviado.
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