La dignidad es silenciosa. Transpira tardes blancas de franela de un mayo de ventanal. Aquella tarde se partió la ciudad en dos. Lo amargo y lo dulce quedó deformado en la avenida Principal. Tenía una causa, por eso dejó su ciudad. Una causa es importante se decía. Él creía que el universo lo llevaba a su espalda junto a la brea, la justicia y ese afán de ser hombre útil. Esa causa le dejó exhausto, crispado y un hereje sabor a café. Fue sujeto de sí mismo hasta la última tristeza. Que más da. Hay tantas causas, tantas quejas que ya sobran. Por eso la dignidad es silenciosa, llana, como ese velador que monta guardia al rededor de su mesita hasta que suena el timbre para volver a casa.
SANTA POLA
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Hemos perdido la capacidad de no hacer nada y de deleitarnos con la simple
observación. Las vacaciones se han convertido en un estresante periodo de
mal...
Hace 10 horas.
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