Todos llegaron a la fiesta. Un largo rato las caras sonrientes quebraron sus candados para entenderse y bailar muy pegados con obscena y momentánea voluntad cartesiana. Tocar es existir al mismo tiempo. Después, cada uno en casa se sacrifica, se beatifica de olvido para continuar el día a día rutinario. Entretanto, sus cuerpos tullidos de oficina se darán danzantes, se calzarán con la vigencia de la música, fajando en el ritmo vencedor con el de alado.
Todos llegaron a la fiesta. Emocionados se pasearon. Se acariciaron por los corredores. Fue en agosto. Cuando éramos libres.
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