Llegaron ilesas, pausadas. Ya se sabe como son las aves callejeras, tienen a las palomas disecadas en su memoria de vuelo. Por eso no confían. Los niños de pupilas azules no comprenden pero, esa niña de ojos negros las entiende. Siempre vuelven a su casa, pican, cantan. Se dormían en su mano como si fuera rama. La niña se ganó su confianza y cuando la hojarasca daba otoño las metió en una jaula.
Cuando paso miro a la niña. Pasea la jaula y canta. Tal vez cuando acabe su infancia si no han muerto de tullidas, abra la puerta un día de sol como el de ahora.
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