En las venas del amanecer Don Carmelo se arregla el peluquín. Se ostenta profesor de historia del periodo entre guerras. Convencido de recontar los hechos y sucesos quitándoles el paraíso del triunfo a los poderosos. Inútil esfuerzo, amargo trago del semestre, rey del precipicio, no tuvo alumnos que le siguieran. Colocarse en buen lugar, esa es la historia que se quiere contar. Don Carmelo lo sabe y lo que le conviene es cerrar el libro y refugiarse en los melodramas cursis donde el beodo encuentra a la princesa que con el primer beso lo olvidan todo. Le sugieren que la negación es una expiación propia de los cuerdos y hay que correr para alcanzar el muro de las alegres golondrinas que no encuentra nido estable. Le aconsejan dormir sin tentaciones y esconder sus delirios en la mermelada de membrillo. Le aconsejan soñar con los pies para no llegar a la meta. Le piden orinar con espuma para morirse de risa.
Su peluquín de origen vienés conseguía la fatuidad necesaria para no desafinar por la fiebre de las posiciones en el ministerio de cultura.
Siendo la era de acuario Don Carmelo se dejó flotar en la jubilación. Se tatuó en el brazo izquierdo un barco bucanero para refugiarse en la playa sin mar de su historia personal.
El desarraigo lo aja por tanta guerra fría.
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