El trayecto fue agitado.
Se acomodaban como podían en el reducido espacio con ese ánimo verde tan característico de lo pequeño. Sin embargo, la canasta de mimbre les picaba el rostro redondo.
No se agriaron, tal era su voluntad de sabor. Cuando entraron a la ensalada una enorme sombra de hojas de lechuga los ocultaron, hasta que un tenedor les abrió su barriga bien cocida.
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