Todos merecemos una pequeña porción de placer. No creo tener detractores en ello, aunque nunca se sabe. Motivados por la urgencia, pero qué placer no lo es, buscamos sin hallar. Pensamos en un futuro donde la holgura nos deje libres y al mismo tiempo, inseguros de encontrar un buen recinto donde al menos no tengamos que ser mirados con burla. La aflicción es un tajo que nos hincha el instinto, nos devora la incapacidad de raciocinio. Un hormigueo nos recorre, se nubla la orientación y caemos en del precipicio del ahora. Quisiéramos vivir en un llano y dejar a un lado la civilidad de la urbe. Nuestras venas se inflaman y creemos estar a punto del desmayo. Cuando no podemos dar un paso mas sucede el milagro cotidiano, literalmente las aguas retoman su nivel y un aire de victoria nos recorre espumoso.
Es un hacer para no morir, me decía el tío Marcos, de manera íntima, como revelándome una experiencia compartida desde tiempos inmemoriales.
En buena verdad, el vacío compartido es otra forma de paraíso.
Fotografía muy cerca del Castelo de São Jorge en Lisboa, Portugal.
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