Como si estuviera tatuada, la puerta ya no tiene entrada y los azules y los grises ya son el consuelo del que pasa.
Envenenada, dijo una señora, sacando dos bolsas de basura, esta envenenada. Aquí joven, sólo va a encontrar desconsuelo.
Una especie de látigo penetraba en la memoria. Tantas veces cruzamos esa puerta para beber ese torpe bienestar del ron.
Fue una noche de diablos, nos contó el conserje. Fue una noche de fuego, donde el licor se moría de frío y ella, al alba se hizo luz.
En un principio había una ternura bien nacida, un amor que olía a remedio; a yerba santa. Esas manos delgadas que brillaban como este pensamiento que le dedico. Se parece al triunfo aunque sea derrota. Las palabras lo saben, por eso las digo.
Yo la vi salir, no es cierto lo que cuentan, fingió veneno para que la dejaran salir. Nos dice la vecina. Yo era su amiga. Muy amiga. Se fue al tercer mundo. Eso me dijo y se fue. Yo era su amiga. Muy su amiga, ¿porqué me iba a mentir?
Yo vengo todos lo años. Ya son seis. Me aferro a no sé qué, a esa hermandad del recuerdo. Tal vez busque negar el fresco horizonte que tengo delante de mis ojos. Uno regresa siempre a ver si despierta el bien estar.
Fue envenenada, insiste la señora. Ya no venga. Me deja triste el verlo. No ve esos clavos oxidados, así parecen sus ojos. Ya no venga. El veneno no resucita.
Fotografía: alguna puerta en Braga, Portugal.
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